Buenos días a todos, comenzamos la oración unidos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
Un día había muchísima gente escuchando a Jesús. No eran los más ricos, ni los más fuertes, ni los más populares. entonces Jesús se puso a hablarles, y ellos estaban admirados porque les decía:
<<Felices los pobres en el espíritu, porque vuestro es el reino de los cielos.
Felices los que lloran, que serán consolados.
Felices los que sufren, que ellos heredarán la tierra.
Felices quienes tienen hambre y sed de justicia, que quedarán llenos.
Felices los que perdonan, porque serán perdonados.
Felices los que miran con ojos limpios, porque ellos verán a Dios.
Felices los que trabajan por La Paz, que esos serán llamados Hijos De Dios.
Felices los perseguidos por causa de la justicia. Suyo es el reino de los cielos. Felices vosotros, si os insultan y persiguen por mi causa. Vuestra recompensa será grande en el cielo.>>
Rezamos el Padrenuestro, pidiéndole a nuestro padre Dios que nos ayude a vivir las Bienaventuranzas todos los días.
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción –¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!– a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.
Comenzamos el mes de febrero, juntos y con Jesús. Nos espera una semana apasionante, en la que viviremos infinitos momentos alegres con nuestros compañeros y profes.
Respira, saluda a Jesús y unidos a él, empezamos la oración: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
EL CAMINO DE LA FELICIDAD
Todos buscamos ser felices, ¿verdad?, ¿tú quieres ser feliz?
Jesús nos quiere tanto, que desea lo mejor para nosotros. Por ello, nos dio unos consejos, para que seamos cada día más felices. Pero, ¿qué es la felicidad?
Jesús sabe que hacer el bien, os sienta genial. ¿Cómo te has sentido al ayudar a alguien?, ¿Y al perdonar a alguien?, ¿y al sonreírle a alguien?
Cuando hacemos la vida más fácil al que tenemos al lado, somos felices. Piensa en alguien al que te gustaría hacer feliz. Imagina qué quieres hacerle a esa persona para que sea más feliz.
Jesús cruzó, de nuevo al otro lado del lago, y se reunió junto a él un gran gentío. Estando a la orilla llegó un jefe de la sinagoga llamado Jairo, y al verlo se postró a sus pies y le suplicó insistentemente: «Mi hijita está en las últimas. Ven e impón las manos sobre ella para que sane y conserve la vida». Se fue con él. Le seguía un gran gentío que lo apretaba por todos lados.
Entonces, una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias, que había sufrido mucho en manos de distintos médicos gastando todo lo que tenía, sin obtener mejora alguna, al contrario, peor se había puesto, al escuchar hablar de Jesús, se mezcló en el gentío, y por detrás le tocó el manto. Porque pensaba: «con sólo tocar su manto, quedaré sana». Al instante desapareció la hemorragia, y sintió en su cuerpo que había quedado sana. Jesús, consciente de que una fuerza había salido de él, se volvió a la gente y preguntó: «¿Quién me ha tocado el manto?» Los discípulos le decían: «¿Ves que la gente te está apretujando, y preguntas quién te ha tocado?» Él miraba alrededor para descubrir a la que lo había tocado. La mujer, asustada y temblando, pues sabía lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le confesó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia.
Aún estaba hablando cuando llegaron algunos de la casa del jefe de la sinagoga y dijeron: «Tu hija ha muerto. No importunes al Maestro». Jesús, sin hacer caso de lo que decían, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que tengas fe». Y no permitió que lo acompañara nadie, salvo Pedro, Santiago y su hermano Juan. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga, vio el alboroto y a los que lloraban y gritaban sin parar. Entró y les dijo: «¿A qué viene este alboroto y esos llantos? La muchacha no está muerta, sino dormida». Se reían de él. Pero él, echando afuera a todos, tomó al padre, a la madre y a sus compañeros y entró adonde estaba la muchacha. Sujetando a la niña de la mano, le dijo: «Talitha qum», que significa: «Chiquilla, te lo digo a ti, ¡levántate!» Al instante la muchacha se levantó y se puso a caminar –tenía doce años–. Quedaron fuera de sí del asombro. Entonces les encargó encarecidamente que nadie se enterara de esto. Después dijo que le dieran de comer a la niña.