Viernes 4 de febrero

Buenos días, vamos a rezar apreciando el valor de la solidaridad. Comenzamos la oración, respiran profundamente para relajarnos y preparar nuestro cuerpo para disfrutar de este ratito con Jesús.

En el nombre del Padre, del Hijo...

Os invitamos a ver el siguiente vídeo. seguramente ya lo has visto en otra ocasión, pero creo que nos puede ayudar a descubrir algún aspecto distinto. Reflexionemos sobre los gestos sencillos y cotidianos, de cada día. ¿Encontraremos nuestra felicidad atendiendo a los demás?


- ¿Qué gestos hemos podido ver?
- ¿Qué hacen por los demás? 
- ¿Qué reciben a cambio?

Vamos a ayudar, seamos solidarios con otros como haría Jesús.

Para lograrlo, le pedimos fuerzas a nuestra Buena Madre, rezando un Ave María.














Evangelio del 4 de febrero

Mc 6, 14-29

Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él». Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los antiguos». Herodes, al oírlo, dijo: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado».

Es que Herodes había mandado prender a Juan y le había en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.

La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre contestó: «La cabeza de Juan el Bautista». Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo su cabeza en una bandeja, y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.

Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.