Miércoles 2 de febrero

Buenos días a todos, comenzamos la oración unidos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

Un día había muchísima gente escuchando a Jesús. No eran los más ricos, ni los más fuertes, ni los más populares. entonces Jesús se puso a hablarles, y ellos estaban admirados porque les decía:

<<Felices los pobres en el espíritu, porque vuestro es el reino de los cielos. 

Felices los que lloran, que serán consolados.

Felices los que sufren, que ellos heredarán la tierra.

Felices quienes tienen hambre y sed de justicia, que quedarán llenos.

Felices los que perdonan, porque serán perdonados.

Felices los que miran con ojos limpios, porque ellos verán a Dios.

Felices los que trabajan por La Paz, que esos serán llamados Hijos De Dios.

Felices los perseguidos por causa de la justicia. Suyo es el reino de los cielos. Felices vosotros, si os insultan y persiguen por mi causa. Vuestra recompensa será grande en el cielo.>>

Dibujos para catequesis: LAS BIENAVENTURANZAS (Mateo 5, 2-12)

Rezamos el Padrenuestro, pidiéndole a nuestro padre Dios que nos ayude a vivir las Bienaventuranzas todos los días.












Evangelio del 2 de febrero

Fiesta de la presentación del Señor
Lc 2, 22-40

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción –¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!– a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.