Comenzamos el mes de febrero, juntos y con Jesús. Nos espera una semana apasionante, en la que viviremos infinitos momentos alegres con nuestros compañeros y profes.
Respira, saluda a Jesús y unidos a él, empezamos la oración: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
EL CAMINO DE LA FELICIDAD
Todos buscamos ser felices, ¿verdad?, ¿tú quieres ser feliz?
Jesús nos quiere tanto, que desea lo mejor para nosotros. Por ello, nos dio unos consejos, para que seamos cada día más felices. Pero, ¿qué es la felicidad?
Jesús sabe que hacer el bien, os sienta genial. ¿Cómo te has sentido al ayudar a alguien?, ¿Y al perdonar a alguien?, ¿y al sonreírle a alguien?
Cuando hacemos la vida más fácil al que tenemos al lado, somos felices. Piensa en alguien al que te gustaría hacer feliz. Imagina qué quieres hacerle a esa persona para que sea más feliz.
Jesús cruzó, de nuevo al otro lado del lago, y se reunió junto a él un gran gentío. Estando a la orilla llegó un jefe de la sinagoga llamado Jairo, y al verlo se postró a sus pies y le suplicó insistentemente: «Mi hijita está en las últimas. Ven e impón las manos sobre ella para que sane y conserve la vida». Se fue con él. Le seguía un gran gentío que lo apretaba por todos lados.
Entonces, una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias, que había sufrido mucho en manos de distintos médicos gastando todo lo que tenía, sin obtener mejora alguna, al contrario, peor se había puesto, al escuchar hablar de Jesús, se mezcló en el gentío, y por detrás le tocó el manto. Porque pensaba: «con sólo tocar su manto, quedaré sana». Al instante desapareció la hemorragia, y sintió en su cuerpo que había quedado sana. Jesús, consciente de que una fuerza había salido de él, se volvió a la gente y preguntó: «¿Quién me ha tocado el manto?» Los discípulos le decían: «¿Ves que la gente te está apretujando, y preguntas quién te ha tocado?» Él miraba alrededor para descubrir a la que lo había tocado. La mujer, asustada y temblando, pues sabía lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le confesó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia.
Aún estaba hablando cuando llegaron algunos de la casa del jefe de la sinagoga y dijeron: «Tu hija ha muerto. No importunes al Maestro». Jesús, sin hacer caso de lo que decían, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que tengas fe». Y no permitió que lo acompañara nadie, salvo Pedro, Santiago y su hermano Juan. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga, vio el alboroto y a los que lloraban y gritaban sin parar. Entró y les dijo: «¿A qué viene este alboroto y esos llantos? La muchacha no está muerta, sino dormida». Se reían de él. Pero él, echando afuera a todos, tomó al padre, a la madre y a sus compañeros y entró adonde estaba la muchacha. Sujetando a la niña de la mano, le dijo: «Talitha qum», que significa: «Chiquilla, te lo digo a ti, ¡levántate!» Al instante la muchacha se levantó y se puso a caminar –tenía doce años–. Quedaron fuera de sí del asombro. Entonces les encargó encarecidamente que nadie se enterara de esto. Después dijo que le dieran de comer a la niña.