Viernes 22 de abril

 ¡Buenos días!

María fue una de las mujeres que descubrieron que Jesús había resucitado. Por eso, nosotros tenemos siempre muy presente la figura de María. Es un ejemplo a seguir, ella permaneció siempre cerca de Jesús, en lo bueno y en lo malo. Nunca lo abandonó, a pesar de su sufrimiento como madre, nunca dejó que la pena ni el miedo la venciera. Descubrió que su hijo seguía presente cuando ella hacía las cosas que Jesús le había enseñado.

Cuando nos dan una buena noticia que nos llena de alegría, estamos deseando contarla a los demás, queremos decírselo a todo el mundo, porque te sientes feliz y quieres compartir esa felicidad con tus amigos. Así es la Buena Noticia de Jesús. Cuando vives como nos enseña Jesús, nos pone felices, y es inevitable compartirlo con los demás.


Padrenuestro.


Evangelio del 22 de abril

 


Jn 21, 1-14

Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dijo: «Me voy a pescar». Ellos contestaron: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no pescaron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: «No» Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dijo a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.

Al saltar a tierra, vieron unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dijo: «Traed de los peces que acabáis de pescar». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, y lo mismo el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.