Jn 16, 5-11
Jesús les dijo: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ‘¿Adónde vas?’ Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado».
Espíritu de Dios en el hombre.
Dicen que si escucho muy dentro
ahí habitas.
Más dentro que el miedo o el coraje.
Más profundo que la risa o la lágrima.
Más mío que la certeza o la duda.
Más amor que el más tierno abrazo.
Dicen que tu voz arrulla los vacíos
y tu silencio acalla los ruidos.
Dicen que sacias el hambre
de quien no sabe,
de quien no tiene,
de quien no puede,
de quien no llega…
Y vuelcas, en mí, palabras de evangelio
y justicia, de perdón y paz,
de llamada y envío, de encuentro…
nombres que en toda lengua se entienden.
Agua fresca en la garganta reseca,
rescoldo de una Vida
que se niega a rendirse,
serenidad en la hora crítica,
tormenta en la historia insípida,
puente que salta abismos imposibles…
… haciendo de mi casa pequeña
la mansión de un Dios.
(José María R. Olaizola sj)