Evangelio del 22 de abril


Jn 6, 44-51

Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: ‘Serán todos discípulos de Dios’. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ese ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».


Que a nadie le falte

Que a nadie le falte

el pan de la vida,

ese que da el trabajo,

el pan nuestro cotidiano,

el que comparten y esperan

todos los necesitados.

Que a todos llegue sin falta,

que no lo acaparen

ni privaticen los de siempre.


Que a nadie le falte

el pan del amor,

ése que se vuelca contigo

sin preguntas ni demora.

y te enciende y te trabaja

hasta volverte de los suyos.

Suyos tus latidos, tus zapatos

y tus caminos suyos, desde

tu Oriente hasta su ocaso.


Que a nadie le falte

la hora de Dios,

la que te desnuda

de respuestas y certezas,

la de la noche oscura y el desierto

que deja en el desguace tu yo.

La de la llamada en lo profundo

iniciándote a lo abierto e infinito.

La del amén, el sí y el confía!


(Seve Lázaro, sj)