Jn 6, 44-51
Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: ‘Serán todos discípulos de Dios’. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ese ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Que a nadie le falte
Que a nadie le falte
el pan de la vida,
ese que da el trabajo,
el pan nuestro cotidiano,
el que comparten y esperan
todos los necesitados.
Que a todos llegue sin falta,
que no lo acaparen
ni privaticen los de siempre.
Que a nadie le falte
el pan del amor,
ése que se vuelca contigo
sin preguntas ni demora.
y te enciende y te trabaja
hasta volverte de los suyos.
Suyos tus latidos, tus zapatos
y tus caminos suyos, desde
tu Oriente hasta su ocaso.
Que a nadie le falte
la hora de Dios,
la que te desnuda
de respuestas y certezas,
la de la noche oscura y el desierto
que deja en el desguace tu yo.
La de la llamada en lo profundo
iniciándote a lo abierto e infinito.
La del amén, el sí y el confía!
(Seve Lázaro, sj)