Jn 3, 5-15
Jesús dijo a Nicodemo: «Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede suceder eso?» Jesús le contestó: «Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».
Hay que nacer de nuevo
Nací una vez,
a la luz, a la vida,
al ruido, a los olores,
al calor y al frío,
a los abrazos,
al hambre,
a los sabores,
a la saciedad,
al gusto,
a la música,
a la ternura,
a los encuentros.
Después,
pequeñas muertes
fueron matando sueños,
anhelos, inocencia
y pasión.
Si tú tiras de mí,
naceré de nuevo,
al reino y al evangelio,
al amor y la esperanza,
a la voz de los profetas,
a una misión.
Cada vez que muera,
volveré a nacer.
La verdad
se irá curtiendo
en mil duelos.
El espíritu
irá renovando
mi yo gastado.
El agua viva
lavará
cada herida vieja.
Hasta esa última muerte
que será antesala
de un último nacimiento,
a la Luz, a la Vida,
y al Amor.
Y esta vez para siempre.
(José María Rodríguez Olaizola, sj)