Evangelio del 3 de febrero


Mc 6, 1-6

Jesús fue a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y esto les resultaba escandaloso.

Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.


Mirarme desde ti

Mírame tú, Jesús de Nazaret.

Que yo sienta posarse sobre mí

tu mirada libre,

sin esclavitud de sinagoga,

sin exigencias que me ignoren,

sin la distancia que congela,

sin la codicia que me compre.


Que tu mirada se pose en mis sentidos,

y se filtre hasta los rincones inaccesibles

donde te espera mi yo desconocido,

sembrado por ti desde mi inicio,

y germine mi futuro

rompiendo en silencio

con el verde de sus hojas

la tierra machacada

que me sepulta y que me nutre.


Déjame entrar dentro de ti,

para mirarme desde ti,

y sentir que se disuelven,

tantas miradas propias y ajenas

que me deforman y me rompen.


(Benjamín G. Buelta sj)

(tomado de rezandovoy)