Evangelio del 12 de febrero


 Mc 7, 31-37

Jesús dejó el territorio de Tiro y pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le pidieron que le impusiera las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete». Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo pedía, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Effetá

Ruidos.

Nos rodean.

Nos envuelven.

Nos aturden.

Tertulias, canciones,

opiniones,

discursos, eslóganes.

Anuncios, promesas,

noticias, debates,

conversaciones.

Ruido, ruido incesante,

que termina

atronando

a base de exceso

hasta que las palabras

ya no significan nada.


Mientras,

como un rumor de fondo,

la Palabra trata de hacerse oír.

Habla de justicia,

de amor verdadero,

de camino, verdad y vida.


Toca, Señor, nuestros oídos,

que se abran de nuevo

al rumor de tu presencia.

Sé la Voz que grita,

en el desierto

de los indiferentes,

de los que están de vuelta,

de los ensordecidos.


Voz que despierta

los anhelos más nobles

que llevamos escritos

en la sangre y la entraña.


(José María R. Olaizola, sj)

(tomado de rezandovoy)