Lectura del 4 de diciembre


Is 29, 17-24

Esto dice el Señor:

«Pronto, muy pronto,

el Líbano se convertirá en vergel,

y el vergel parecerá un bosque.

Aquel día, oirán los sordos las palabras del libro;

sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos.

Los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor,

y los pobres se llenarán de júbilo en el Santo de Israel;

porque habrá desaparecido el violento, no quedará rastro del cínico;

y serán aniquilados los que traman para hacer el mal:

los que condenan a un hombre con su palabra,

ponen trampas al juez en el tribunal,

y por una nadería violan el derecho del inocente.

Por eso, el Señor, que rescató a Abrahán,

dice a la casa de Jacob:

‘Ya no se avergonzará Jacob,

ya no palidecerá su rostro,

pues, cuando vean sus hijos mis acciones en medio de ellos,

santificarán mi nombre,

santificarán al Santo de Jacob

y temerán al Dios de Israel’.

Los insensatos encontrarán la inteligencia

y los que murmuraban aprenderán la enseñanza».



El sanador

Andábamos sedientos,

agitados por batallas

de esas que te gastan por dentro

Éramos los tibios,

los desalmados,

los insensibles.

Llevábamos puñales

en los pliegues de la vida,

para conquistar, por la fuerza,

cada parcela de nuestra historia.

Conjugábamos la queja

con la insidia,

sospechando unos de otros.

Ocultábamos las heridas

para no mostrar debilidad.


Alguien, un día, habló de ti.

Prometías paz, sanación,

encuentro.

La promesa despertó anhelos.

Queríamos creerlo.

Salimos a buscarte.


Al encontrarte deshiciste

los nudos que nos retorcían.

Destapaste las trampas

Sembraste optimismo,

gratitud, misericordia.


Y ahora somos nosotros

los portadores de un fuego

que ha de encender

otros fuegos,

para iluminar,

el mundo

con tu evangelio.


(José María R. Olaizola sj)