Evangelio del 19 de noviembre

Lc 19, 41-44

Al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella mientras decía: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».

Lágrimas

Hay lágrimas huecas, tramposas, sin surco.

Pasan sin huella porque no tienen raíz.

Nacen de un sentimiento sin memoria,

de una emoción sin historia,

de la apariencia sin trasfondo.


Lágrimas estéticas, sin rabia ni tristeza.


Pero hay lágrimas ciertas,

que riegan la vida,

que brotan del pozo

de los amores concretos,

donde lloran heridas

por los sueños rotos,

por nombres perdidos

y esperanzas truncadas,

por la pasión sin respuesta.

O emergen allá

donde la rabia

se vuelve sollozo

al no poder,

al no saber,

al no llegar.


Que mi llanto sea vida

y no ficción,

aunque duela.


El mismo Dios lloró

cuando se asomó

al fracaso.


(José María R. Olaizola, sj)


(Tomado de rezando voy)