Lc 19, 41-44
Al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella mientras decía: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».
Lágrimas
Hay lágrimas huecas, tramposas, sin surco.
Pasan sin huella porque no tienen raíz.
Nacen de un sentimiento sin memoria,
de una emoción sin historia,
de la apariencia sin trasfondo.
Lágrimas estéticas, sin rabia ni tristeza.
Pero hay lágrimas ciertas,
que riegan la vida,
que brotan del pozo
de los amores concretos,
donde lloran heridas
por los sueños rotos,
por nombres perdidos
y esperanzas truncadas,
por la pasión sin respuesta.
O emergen allá
donde la rabia
se vuelve sollozo
al no poder,
al no saber,
al no llegar.
Que mi llanto sea vida
y no ficción,
aunque duela.
El mismo Dios lloró
cuando se asomó
al fracaso.
(José María R. Olaizola, sj)
(Tomado de rezando voy)